8 de marzo de 2013

Reseña: Un mundo feliz, de Aldous Huxley.


Un clásico se debe juzgar de manera distinta. En este caso, Un mundo felíz, la distopía más antigua, nos presenta lo que puede llegar a ser la ciencia y cómo la felicidad primará sobre la verdad.


Con este libro he cerrado mi ciclo de distopías clásicas (1984 y Fahrenheit 451). Y el final, el regusto, ha sido insatisfactorio. Quiero recalcar que es difícil juzgar un clásico fuera de su tiempo, con lo cual no voy a entrar en los conceptos que plantea sino que voy a criticar este libro como lo que no deja de ser, una obra literaria.

Las dos primeras partes de la novela sigue el esquema habitual que se puede esperar. Ahondando en excesivos tecnicismos, aparentemente necesarios para un incremento de su credibilidad pero llanamente inútiles en el entretenimiento y en la conexión con el libro en sí, comienza a contarnos, sin escatimar en detalles, cómo viven, pero sobre todo, cómo nacen y cómo están organizados por “castas” desde la probeta, siendo no más que embriones.

Aquí vemos el primer concepto que nos plantea Huxley, el condicionamiento. No dejar al azar y a la naturaleza nada, ni siquiera el tiempo. Pavlov estaría orgulloso, incluso Skinner, con los refuerzos tan negativos que hacen a los bebés para que odien las flores, por ejemplo. Nos expone la producción de individuos por catálogo, según las necesidades de la propia sociedad. Todos actúan de tal forma porque les han condicionado de una manera. Un modo de esclavitud desde el subconsciente.

Sin embargo, no por ser una buena idea el libro, como obra literaria, tiene que ser bueno. El ritmo posee altibajos. No presenta una estructura argumental determinada, de hecho, hasta un poco más de la mitad del libro, consideraba que el protagonista era Bernard Marx, algo que cambia cuando llegan a sus vacaciones en un recinto “salvaje” y conocen a John, que es el verdadero protagonista de esta peculiar distopía.

Desde luego es obligatorio leerla, para cuestionarnos acciones que no estamos tan lejos de ejecutar. Sobre todo por el hecho que movió al “dirigente” a estructurar a la sociedad de esa forma. Sexo, religión, el ocio, drogas… la individualidad no existe: “todo el mundo pertenece a todo el mundo”. La gente vive bien, sin cuestionarse nada, es feliz, y si está triste toman soma, la droga para desconectar y “tomarse unas vacaciones”.

Lo sé, son conceptos muy interesantes. Pero el libro no me ha gustado. John es trasladado a la ciudad cosmopolita desde la tribu en la que malvivía. A partir de aquí todo es un caos. Huxley se encarga desde el primer momento de que no nos encariñemos con Marx, que en el fondo no es nada honorable, aunque sí más listo que el resto. Sin embargo, a raíz de traer al salvaje a su mundo, se vuelve frívolo como el resto, ya que manifiesta que lo único que quiere es sentirse aceptado en esa sociedad tan hermética y grupal donde si eres un individuo independiente estás infestado con el más cruel de los desprecios: la marginación.

El salvaje es el protagonista real y lo que cabe esperar de un personaje como él en un libro como este. Que no acepte el gobierno, que intente hacérselo ver a alguien o a muchos, que sea perseguido por ello… Patrones habituales en una distopía. En cambio, Huxley, a pesar de crear un gobierno férreo y diligente, a lo único que castiga al salvaje es a una conversación donde el jefe trata de hacerle ver el porqué han llegado ahí con la más tierna justificación. A lo cual, el salvaje le rebate y se implica en la conversación, a pesar de haberse criado en la selva y de haber leído sólo algunas obras de Shakespeare. Y digo yo, ¿cómo un salvaje puede tener una conversación tan elevada con el hombre más listo, el alfa más más más, de Londres, pero, sin embargo, no entender porque su amada actúa como actúa?

Esta incoherencia, en apariencia superficial, me ha traído por el camino de la amargura. Y es que los personajes no están para nada definidos. Es una muestra más de tener una muy buena idea, tener una visión horrible y desesperanzadora del futuro, de un poquísima fe por la humanidad, que se ve diluida por fragmentos en ocasiones densos y poco justificables, personajes que forman parte del decorado, y que, en definitiva, demuestran que la filosofía no es literatura.
 ¡Juzga por ti mismo!

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